jueves, 3 de junio de 2010

CASA CON JARDIN


Sitges, mediados de 1976





Un coche al que llaman escarabajo se detiene en la calle España, las chicas son rubias y hablan un idioma parecido al alemán. A pocos metros, los camareros del Subur cuchichean algo sobre ellas, entre ambos hay cierta complicidad. Al instante el maître les interrumpe para recordarles cuales son sus obligaciones, después él mismo es quien se detiene a observarlas. Sus ojos son dos luces alargadas de escáner que comienza su lectura desde las zapatillas hasta culminar en las gomas de las coletas. Las chicas caminan entre veintenas de turistas ávidos de Sol hasta desvanecerse en un perfecto mimetismo con el paisaje de la calle. El mar, la arena, la paella, el flamenco, todo ello conforman la postal de un pintoresco souvenir.

Sitges continúa creciendo y lo que antes era el “Cap de la Vila”, ahora se ha convertido en un céntrico lugar de encuentro. Hacia el sur, en dirección al Terramar, una franja de casas coloniales construidas en otro tiempo por los indianos que regresaron de Cuba acoge a diversas familias burguesas y acomodadas. Esta parte del pueblo es conocida como el Vinyet. En una de sus calles flanqueadas por arbolado y baladres se encuentra una casa con nombre de mujer, yo no la conocí, una larga enfermedad se adueñó de su vida. En la casa flota todavía su recuerdo como una atmósfera sutil que lo impregna todo, su esposo no tocó ninguna de sus pertenencias, todo se encuentra en el mismo lugar: un cuadro inacabado, una blusa sobre la silla, un plantador de bulbos en el parterre.

Cuando contrató los servicios de jardinería insistió sobre todo en que se respetara el estilo que había iniciado su esposa, esta era la quinta empresa de conservadores en tres meses, también cambió al personal de mantenimiento de la piscina y de la pista de tenis, luego despidió al chofer por no haber limpiado su Bentley 1963; de este vehículo solo se habían producido 1.630 unidades, el suyo tenía todos los extras, incluido las briznas de césped en las alfombrillas. Cuando habló conmigo parecía un hombre angustiado, me atendió mirándome a los ojos, algo poco frecuente en personas de su mundo, magnates de negocios que no reparan en nimiedades. Estaba solo y me invitó a sentarme, después me preguntó si lo quería con hielo. Mientras tapaba la cubitera volvió a dirigirse a mí:

-¿alguna vez ha pensado en la muerte?

Su pregunta me obligaba ha pensara en ello..., yo solo pretendía detallar los pormenores de un presupuesto que no sería barato teniendo en cuenta las dimensiones y complejidad del jardín. Su frase almibarada de melancolía y media botella de escocés no pretendía una respuesta que no fuera sincera. Era como si el contrato de mantenimiento que le ofrecía dependiera de mi respuesta a esa pregunta.

-Pienso en ella todos los días-

Después de varios meses trabajando en su jardín, las conversaciones eran cada vez más profundas y desconcertantes, siempre los viernes a las siete de la tarde. Su esposa se fue sin dejarle descendencia, tenía familia en el estado de Illinois aunque nunca se preocupó por saber si estaban vivos.

Con el tiempo muchas de las reflexiones sobre su vida; una intensa biografía, se convirtieron en frases que anidaban en mi mente.

Una tarde de viernes, su silla estaba vacía, el Bentley reposaba solitario y la cocinera filipina me agradeció mi último servicio.

En poco tiempo el seto que recubría el perímetro de la casa se marchitó dejando al descubierto un jardín abandonado en el que el césped había alcanzado varios metros de altura y en la piscina agrietada fondeaba un manto de algas putrefactas. Solo cinco años después se construían en el mismo lugar ocho casas pareadas con jardín comunitario.

Mi cliente, el dueño del Bentley, no tenía herederos y falleció sin temor a la muerte, a lo único que tuvo miedo fue ha estar solo. De todas las cosas que me contó recuerdo una frase en la que me dijo que cambiaría toda su fortuna por un solo día con su esposa, por ella lo habría dado todo. Esa tarde comprendí que todo lo que me dijo era sincero.

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