jueves, 15 de abril de 2010

COTORRAS



¿No te ha pasado nunca que ha pesar de toda tu buena intención, el resultado ha sido un desastre y alguien ha acabado pidiéndote que por favor no le ayudaras tanto?

Por favor, no me ayudes tanto.

Parques, jardines, mobiliario urbano, monumentos, todos ellos se han visto afectados desde hace mucho tiempo por la defecación de cientos y cientos de palomas que se han adueñado de la ciudad y de los espacios públicos.

Hace algunos días desayuné un sándwich sentado en el parque que se encuentra delante del edificio Vanguard, donde trabajo. Hice lo que probablemente repita dentro de unos cuantos años cuando sea un alegre viejecito con mucho tiempo para pasear y dar de comer a las palomas.
Para mi sorpresa, en pocos minutos se disputaban las migas varias decenas de cotorras y algún puñado de palomas. Recordé entonces algo que me habían contado o leído –aunque quizá solo se trate de una leyenda urbana-, pero hace algunos años, la población de palomas era tan elevada y alarmante que el ayuntamiento se reunió para buscar soluciones. Las defecaciones –cada vez más abundantes- de las aves estaban corroyendo los monumentos y estructura urbana a un ritmo descontrolado. Se preguntaron qué podían hacer sin que las asociaciones protectoras de animales se les echaran encima y fuera una solución limpia y económica. Contactaron entonces con varios técnicos en cetrería y soltaron algunas parejas de halcones para marcar zonas. En el radio de acción donde se mueven los halcones, no se aproximan las palomas. Pero el método era lento y el dueño de las aves se arriesgaba a perder sus valiosos ejemplares. Casi desesperados por los pocos resultados y presiones de la siempre implacable opinión pública, pasaron la patata caliente a los catedráticos de biología y al museo de zoología de Barcelona. La solución parecía simple y sencilla, soltarían esta vez varias parejas de cotorras verdes argentinas que controlarían los huevos y por lo tanto la proliferación de nuevas generaciones.
Al principio todo iba bien, pero en poco tiempo las cotorras se multiplicaron tanto y con tanta rapidez que ellas mismas se convirtieron en la nueva amenaza. Además para qué iban a comerse los huevos de las palomas si los humanos abandonaban toda clase de comida deliciosa por todas partes.
Recientemente he leído otra versión de lo sucedido en las páginas de La Vanguardia. Según esto, ciertos vendedores de aves se deshicieron a buen precio de una interesante cantidad de ellas. Los compradores las adquirieron porque eran baratas y de un plumaje vistoso, -mientras que un loro puede costar más de 1000 euros, el precio de una cotorra gris oscila entre los 20 euros-, pero para su sorpresa, estos animales no callaban ni de día ni de noche, además eran agresivas y con su fuerte pico podían destrozarlo todo. Después de cierto tiempo en libertad, las aves se procrearon por miles.

Los nidos

Los nidos de esta especie exótica pesan hasta 50 kilos o más, lo cual genera un riesgo para los peatones que transitan por la calle.
El nido puede fijarse al árbol de tal manera que ahogue los nutrientes y para su confección pueden emplear hasta 20.000 pequeñas ramas.
En algunos lugares se han convertido en una amenaza para la jardinería y la horticultura, por ejemplo se sabe que solo 200 ejemplares pudieron consumir hasta 100.000 tomates en el Baix Llobregat.

El señor Joan Carles Senar, jefe de investigación del Museo Zoológico de Barcelona y uno de los expertos que lleva más tiempo detrás de esta ave la ha calificado como una “especie exótica invasora”.
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El Periódico
Jueves 29 de abril de 2010
COSAS DE LA VIDA. GRAN BARCELONA

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